El árbol de granado, científicamente llamado “Punica granatum” es el que nos regala este precioso fruto de semillas jugosas color carmesí en su pulpa, que es propio de zonas subtropicales. Se originó en la región de Irán, y los árabes la llevaron a España, siendo típica actualmente de los países mediterráneos.

España es, en Europa el máximo exportador; aunque también se cultiva en Sudáfrica, Australia y algunos países de América del Sur como Brasil y México. En América del norte se destaca por su cultivo, California.

Es una de las tantas frutas que la naturaleza obsequió al hombre para beneficio de su salud, destacándose por su sabor dulce y como muy poderoso antioxidante, por su gran cantidad de polifenoles, que combaten los radicales libres los que están contenidos especialmente en su cáscara. Por ello se recomienda consumirla entera, por ejemplo haciendo un jugo con la cáscara y el interior.

Otro modo de usar la cáscara es secarla al sol, hasta que su consistencia sea dura. Luego se la debe reducir a polvo, lo que puede hacerse con la ayuda de un mortero o un molinillo para moler semillas o café, y luego pueden ser incorporada por ejemplo a un vaso de agua, jugo, un caldo o a un té.

Si bien contiene azúcares lo es en menor medida que otras frutas, por lo cual se la incluye en las dietas para bajar de peso. Es útil para reducir el colesterol malo, la hipertensión arterial, como reguladora de la glucosa y como preventiva del cáncer, especialmente de próstata, colon y mama; y de la arteriosclerosis.

Hablamos de este tema en el artículo sobre “frutoterapia” donde mencionamos que ya Hipócrates, en los albores de la ciencia médica, había reconocido los beneficios de esta fruta para el organismo adjudicándole propiedades antifebriles.

Posee vitaminas, especialmente C y K, y también aporta hidratos de carbono, fibras, proteínas y potasio.