La naranja es uno de los cítricos más aceptados por todos los paladares, ya que, al igual que la mandarina, su sabor es dulce. Su contenido en vitamina C, que actúa como antioxidante unido a la luteína, aumentan también nuestras defensas lo que nos predispone a tener resfríos más benignos. Cada naranja contiene aproximadamente 60 mg. de esa vitamina, más de la mitad de los requerimientos diarios de un adulto, que es de 90 mg.

Posee además betacarotenos que van a transformarse al ingresar al organismo en vitamina A, lo que también impide el envejecimiento celular. Mejora la circulación sanguínea, y protege al corazón de trombos e infartos.

Tiene poder diurético por lo cual, desintoxica; beneficia al sistema glandular, y es muy útil para luchar contra el cáncer por sus bioflabonoides, como por ejemplo, la hesperidina, que está en la parte blanca de la fruta, con propiedades, además, antialérgicas, antivaricosas, y antiulcerosas.

Las naranjas proveen ácido fólico, por lo cual toda mujer embarazada debe consumirlas en su dieta. Ayudan a fijar el hierro de los vegetales, por eso es bueno acompañar las verduras de hojas verdes con un jugo de naranjas.

Se incluyen en dieta para reducir el peso corporal, son digestivas, aunque al ser ligeramente laxantes no deben consumirse en caso de diarrea o flatulencias.

Su contenido en sodio es pobre, y sin embargo, abunda en ellas el potasio, con la consecuencia de que son excelentes para los hipertensos. También aportan calcio y fósforo.

Son por lo tanto, lo más parecido a una fuente de juventud eterna, que ni siquiera requiere de tiempo para prepararse, pues ya vienen listas para comer. Se las pela y se las come, o se las ingiere como jugo, siempre de inmediato, ya que pasada media hora pierden su eficacia.

Como si fuera poco, tampoco debemos tirar su cáscara, ya que rallada podemos incorporarla a numerosos postres y tortas. Colocada en los armarios, dentro de un papel de seda cerrado, le dan al ambiente un agradable olor y ahuyentan las polillas.