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El hombre y la naturaleza
El hombre no es ni fue, ni seguramente será, un espectador ni un usuario pasivo de su hábitat natural, sino que desde que puso sus pies en esta tierra, y valiéndose de su mayor desarrollo intelectual entre los animales, intentó sacarle provecho mediante una explotación indiscriminada de los recursos que le ofrecía, no sintiéndose parte de ella, sino su dueño.
A veces, pocas, el hombre modificó la naturaleza positivamente, como cuando plantó árboles o creó reservas naturales (aunque en realidad los animales deberían vivir en un mundo totalmente libre y no amenazados por los humanos en ninguna parte).
Sin embargo, por lo común la naturaleza sucumbió ante él y se brindó generosa, o al menos sumisa, hasta que los excesos terminaron por contaminar el aire, los suelos, el agua, extinguiendo especies, y poniendo en riesgo la vida en el planeta, y por ende, la continuidad de la especie humana, especialmente tras el auge de la Revolución Industrial del siglo XVIII.
Al hombre poco le importó la diversidad natural, la pureza de los elementos abióticos, e incluso que otros hombres no pudieran contar con los recursos que algunos pocos tenían en abundancia, en muchas ocasiones sometiendo también a otros hombres, bajo excusas de ser de categorías inferiores; y siguió avanzando en su carrera desenfrenada por riquezas y poder, agotando los suelos con monocultivos, talando árboles, estableciendo industrias contaminantes, arrojando desechos tóxicos, etcétera, hasta que la naturaleza le demostró que el ser humano sin ella tampoco puede existir; y así, recién ahora, y con reticencias, comienzan a aplicarse políticas de estado, acciones individuales y de grupos privados que tratan de aplicar un uso sustentable de los elementos naturales.
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