El laurel es un arbusto perenne científicamente denominado “Laurus nobilis” procedente de la zona del Mediterráneo, y que está rodeado de un origen misterioso, ya que en la mitología griega, el laurel habría surgido cuando en esta planta fue transformada la ninfa de los árboles, Daphne, para ser protegida de la persecución amorosa y acosadora del dios Apolo, embrujado, que hizo con las ramas trenzadas del laurel una corona, símbolo que se utilizó en la antigua Grecia y también en Roma para homenajear a los que obtenían la victoria en competencias o guerras.

Dejando este origen ostentoso, en la actualidad el laurel se emplea como condimento de cocina y también es muy apreciado por sus cualidades saludables.
Como condimento, suelen colocarse hojas enteras de laurel, en salsas o guisos para que impregnen la preparación de aroma; y de su característico sabor entre picante y amargo, y al servir se las retira, aunque pueden usarse también molidas.

Entre sus propiedades curativas las hojas de laurel, utilizadas en infusión, son valoradas, por ser digestivas, reducir el meteorismo, ser antiácidas, ligeramente laxantes y estimuladoras del apetito. Alivian el estrés, los estados depresivos, los mareos, los dolores de cabeza, los problemas menstruales y bronquiales, y son un excelente diurético. Además resultan muy eficaces para reducir el azúcar de la sangre.

El té hecho en forma casera se prepara hirviendo en un litro de agua, 10 gramos de hojas de laurel, durante 5 minutos.

Como cataplasma, o comprando “aceite de laurel” se usa para aliviar dolores articulares o tratar problemas dérmicos tales como el acné, en este último caso, por su poder antibacteriano.